La mujer se llamaba Olympe U’Tamsi. Era una mujer de raza negra, posiblemente nubia. Muy alta, esbelta, y de cabello alisado artificialmente, que llevaba muy largo. En conjunto, con aquel minivestido estampado y vaporoso, Olympe U’Tamsi conseguía un gran atractivo, un tanto indefinible, pero fácilmente perceptible por cualquier hombre. Caminaba por la dársena de Tánger, haciendo resonar sus zapatos, de alto tacón, por el piso de cemento oscurecido por la humedad. Todos los departamentos de la dársena estaban abarrotados de buques, de mayor o menor calado. Las luces de posición parecían zambullirse en el agua, dejando largos reflejos de color sobre la oscura superficie, que apenas experimentaba movimiento.
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En mi góndola te espero del autor Lou Carrigan
Dello Jolio terminó de hablar, y miró entonces a las personas que estaban frente a él en su despacho de la hermosa villa ubicada cerca de Venecia. Una de esas personas, una mujer, estaba sentada en un sillón próximo a la mesa del despacho. Una mujer de aspecto corriente, cuya edad podía estar poco más allá de los treinta años. Ni alta ni baja, ni gruesa ni delgada. Corriente en todos los aspectos. Vestía falda oscura, jersey también oscuro, y llevaba el cabello asimismo negro, recogido con simpleza con una cinta. Una figura de mujer nada espectacular, ciertamente.
Leer Mas »Las víctimas adecuadas del autor Lou Carrigan
Oscar Lang estaba de bastante malhumor cuando abrió con su llave maestra la puerta de la habitación 18, tras llamar cinco o seis veces sin hallar respuesta. Entró. El hedor era terrible. Tanto que retrocedió el paso que le había llevado al interior de la habitación. Y justo entonces, en la penumbra que ocasionaba la persiana casi cerrada, distinguió el cuerpo en el suelo, casi en el centro de la habitación.
Leer Mas »Muertes a subasta del autor Lou Carrigan
Se llamaba Elton Barry, era alto, atlético, más bien guapo pero sin exagerar, y tenía dos características especiales que le distinguían sobremanera: una, que era rubio, rubio, rubio, tan rubio que no se podía ser más rubio; dos, que su profesión declarada era la de asesino profesional, aunque últimamente estuviese en paro. Vamos, que hacía una temporadita que no mataba a nadie. Eso sí, él siempre estaba metido en asuntos de la profesión, de un modo u otro. Por ejemplo, últimamente había conseguido astutamente acceder a la Tienda de los Asesinos. Ahí es nada. La Tienda de los Asesinos, o Murders Shop, como era bien conocida en los altos y selectos niveles de la profesión, era el no va más. Y es que para todo hay que tener clase en ésta más que aperreada vida. Porque matar, b que se dice matar, así a secas, puede hacerlo casi cualquiera, aunque sea por accidente.
Leer Mas »Morir por otro del autor Lou Carrigan
El espía americano estaba esperando en su apartamento berlinés cuando se produjo la llamada telefónica. —Ése tiene que ser él —murmuró. Se puso en pie y se acercó al teléfono, observado por los dos hombres que le acompañaban en la espera. Uno de ellos debía tener aproximadamente su edad, es decir, algo más de treinta años. El otro, cercano a los sesenta, tenía en su rostro seco y curtido esa expresión que reveía ya un desengaño poco menos que total acerca de todo. Y fue este hombre quien dijo: —Si pide dinero dile que de acuerdo, Aldo. Éste asintió, y descolgó el auricular.
Leer Mas »Los demonios del cielo del autor Lou Carrigan
El secuestrador adelantó un paso, alzó la metralleta, y descargó un golpe con el culatín en la cabeza de Tony Mayfair, que emitió un resoplido, cayó de rodillas golpeando con su barbilla las de Cheryl, y luego se derrumbó de lado, quedando con medio cuerpo en el pasillo. La alarma cundió entre los pasajeros, volvieron a oírse exclamaciones y gritos de sobresaltos, hasta que el secuestrador alzó la metralleta con gesto enérgico, apuntando hacia los pasajeros, que volvieron a enmudecer.
Leer Mas »El asesino de las doce en punto del autor Silver Kane
Stirling fue un gran policía, pero acabará sus días en un psiquiátrico. Vivió demasiado de cerca los bajos fondos. Y es ahora, entre paredes acolchadas, cuando le asaltan sueños extraños, cuando escucha esa voz de mujer que le llama desde Nueva Orleans…
Leer Mas »El canto del cuervo del autor Keith Luger
Guy Clyde estaba escribiendo a máquina. Sus dedos golpeaban con ritmo las teclas. Se encontraba solo en la habitación. De pronto el teléfono se puso a sonar. Guy interrumpió su trabajo y alargó el brazo hacia la mesa ratona atrapando el auricular. —¿Sí? —dijo. —Guy, ¿eres tú? —Era la voz de su mujer. —Ah, nena… Esta sí que es una sorpresa. Te iba a llamar mañana. ¿Cómo te encuentras, Glenda?
Leer Mas »El canto del cuervo del autor Keith Luger
Guy Clyde estaba escribiendo a máquina. Sus dedos golpeaban con ritmo las teclas. Se encontraba solo en la habitación. De pronto el teléfono se puso a sonar. Guy interrumpió su trabajo y alargó el brazo hacia la mesa ratona atrapando el auricular. —¿Sí? —dijo. —Guy, ¿eres tú? —Era la voz de su mujer. —Ah, nena… Esta sí que es una sorpresa. Te iba a llamar mañana. ¿Cómo te encuentras, Glenda?
Leer Mas »El aire tiene huellas del autor Lou Carrigan
La ventana estaba abierta. Y eso fue el primer punto extraño. Más que extraño, alarmante. Tía Carolina jamás dormía con la ventana abierta; se resfriaba con inusitada facilidad. A partir de entonces, comencé a tener la certidumbre de que, efectivamente, tía Carolina había muerto. Bueno, creo que esto está malísimamente expresado. Haber muerto significa que uno se ha muerto sin la intervención de nadie. Con tía Carolina no había sucedido así. No se había muerto, sino que la habían asesinado.
Leer Mas »Noche infernal del autor Mikky Roberts
Poco a poco, la luz fue haciéndose mayor, pero la tormenta no disminuía. Los rayos, al surcar el firmamento, continuaban iluminando de cuando en cuando las dunas, y de pronto vieron ante sí la mole imponente de un gran edificio de altos y recios muros, flanqueado por cuatro torreones, dispuestos uno en cada esquina de la mansión...
Leer Mas »Un solo ataúd del autor Silver Kane
Trastornada por el dolor de la pérdida, Magda cree ver a su difunto novio hablarle desde el ataúd. Su tía le procura el ingreso en el Whortington College como profesora de francés para que allí, apartada del bullicio de la gran ciudad, entre los vetustos muros la escuela, trate de olvidar y rehaga su vida. Pero pronto empezarán a suceder cosas…
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