El jinete no economizaba las fuerzas de su caballo ni las suyas. Los herrados cascos del animal batían rítmicamente la tierra, levantando, de vez en cuando, fugaces chispas de las graníticas rocas. Los herbosos terrenos, con sus grandes matas de artemisa, única vegetación de aquel lugar, habían quedado ya atrás. La vasta desolación del desierto, hogar de las serpientes de cascabel, de los escorpiones y, a veces, de hombres más terribles y venenosos que estos animales, se extendía, entonces, ante él. Por entre los cactos, mezquites y palos verdes que, como martirizados fantasmas, se erguían en la inmensa planicie, el viento susurraba, levantando nubes de finísima arena.
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El rancho del crimen del autor Austin Gridley
ba desapareciendo lentamente el sol, tiñendo de púrpura los lejanos picachos de los montes de San Lorenzo, y su luz difusa iluminaba una escena de belleza incomparable, bañando como en polvo de oro el valle que se extendía a sus plantas. Y sin embargo, el individuo corpulento, recio como un atleta, que cabalgaba a lomos de un alazán de piel plomiza, apenas si paraba mientes en tanta hermosura, preocupado solamente con la pequeña fortuna de que era portador. Su rostro, cubierto de arrugas, era bronceado. Blanqueaba ya su cabello sobre sus orejas y tenía un intenso matiz gris, el que escapaba bajo el sombrero caído sobre su espalda. Sus ojos eran de un azul claro, intenso. Miraban a todas partes con impaciencia, como si su propietario fuese un espíritu animoso y jovial. Y lo era. Cantaba al compás del choque de los cascos de su caballo contra el suelo y el retañir de las cadenillas del bocado. Era su canción 'El lamento del cowboy', que no es ciertamente una canción alegre, pero Hal Wheeler, el maduro jinete, la entonaba más por la fuerza de la costumbre que porque reflejase su estado de ánimo.
Leer Mas »El valle de los hombre muertos del autor Austin Gridley
El sol acababa de ocultarse detrás de los Montes Pompanos. Una ligera niebla parecía envolver con tenue velo los picos de la sierra. Un silencio sepulcral reinaba en toda la región. El valle de grama mostraba en esos momentos su delicada belleza natural. Pero para el hombre que, desde los picos vecinos, paseaba su mirada sobre él, aquella belleza no existía. No cabía en su alma ninguna emoción artística. Sus ideas eran de crimen y de muerte… El asesino hallábase oculto detrás de unos matorrales que bordeaban el sendero que subía en zigzag la ladera de la montaña. Llevaba una capa negra y sus facciones estaban ocultas detrás de una máscara parda. Su constitución física era imposible de determinar, porque todo su cuerpo hallábase envuelto por la capa que arrastraba por el suelo al caminar. En cuanto a sus facciones, tampoco podían reconocerse, porque se hallaban totalmente cubiertas por la máscara, la que solamente poseía dos aberturas para permitir la visualidad al hombre que la llevaba. Por fin, tampoco era posible establecer el color de los cabellos, porque ellos estaban cubiertos por una boina azul, sobre la que, además, llevaba el enmascarado un sombrero de anchas alas, que seguramente estaba destinado a completar su disfraz.
Leer Mas »El Sheriff de la Quebrada del Buitre del autor Austin Gridley
RESEÑA "Pistol" Pete Rice era el sheriff del condado de trinchera, en el estado de alabama y en su lucha contra los fuera de la ley estaba auxiliado por sus dos ayudantes, un mozarrón de buenos puños, "Tenny", y un barbero pesimista, "Miserias". Las aventuras de este personaje se publicaron en 22 novelas bajo el logo de "Pete Rice Magazine", otras 9 novelas más bajo el título de "Pete Rice Western Adventures" y 19 "novelettes" o relatos cortos, en la revista "Wild West Weekly".
Leer Mas »El trasgo del desierto del autor Austin Gridley
Las luces nocturnas proyectaban arcos anaranjados sobre el palio oscuro acerado de la noche. Rasgadas banderas de nubes pasaban por delante de la plateada media luna. Las estrellas estaban nubladas. Algo sobrenatural parecía flotar en el ambiente, algo que hacía que los hombres que cruzaban por los lugares sombreados de la población de Coatchie echaran rápidas miradas por encima de los hombros cubiertos por camisa de franela. Porque. Coatchie era como una mujer enjoyada, sin protección y en compañía bastante ordinaria. Tenía mucho de la plata y del oro del distrito de Rico, y los bandidos refugiados en la montaña tenían la mayor parte del plomo. Era una de esas poblaciones, que nacen de la noche a la mañana al ser descubiertos yacimientos de metales preciosos y estaba hasta mal provista aún de policía, o de su equivalente. Coatchie era un centro ganadero. La carne de las reses criadas al Norte y al Sur engordaban a la gente a muchas millas de distancia. Y era como si el dinero, producto de la venta del ganado, hubiese depositado capas de grasa malsana sobre la población de Coatchie.
Leer Mas »La vuelta del Halcón del autor Austin Gridley
El jinete se precipitó por la ladera a una marcha terrible. La cuesta era muy inclinada y pedregosa, y un tropiezo en el descenso suponía un peligro mortal. El jinete, sin embargo, no parecía darse cuenta de lo arriesgado de la aventura, y, como si hubiese avanzado por terreno llano, espoleaba a la cabalgadura, que bajaba verticalmente, tan desdeñosa de las leyes del equilibrio como el jinete. La noche estaba en plena cerrazón. Las nubes obscurecían la luna, y aquel jinete de las praderas, lúgubre y espectral se amparaba agradecido en las tinieblas. Al pie de la colina, tiró de las riendas y se detuvo ante un matorral. Allí se puso a escuchar. En su rostro, enjuto y demacrado se dibujaba una fría e inexpresiva sonrisa y los únicos sonidos perceptibles eran las misteriosas armonías de la soledad. Un jaguar lanzó un rugido. En la dirección del desierto aullaban los coyotes. Sus fieros hermanos, los lobos, ululaban horrisonamente a lo lejos, en la montaña del desierto.
Leer Mas »Los lobos de la hacienda del autor Austin Gridley
El barbero era todo un hombre en su oficio. Manejaba con sin igual destreza la navaja, las tijeras y la maquinilla de cortar el pelo y era limpio y locuaz. Aparte de esto, sabía todo el mundo en la Quebrada del Buitre, que al sonido de un tiro en la calle principal del poblado, las herramientas barberiles se trocaban como arte de magia en dos magníficos 45. Porque se debe el caso de que el diminuto Lawrence Michael Hicks, era uno de los comisarios del 'sheriff' Pistol Pete Rice. Hicks rapaba el pelo y la barba a sus parroquianos y ayudaba a extirpar el crimen en la Quebrada del Buitre, y en otros lugares del Distrito de Trinchera, en Arizona. -Dígame, 'Miserias', ¿qué me curaría estas picaduras venenosas de las manos? -preguntó el parroquiano que ahora estaba sentado, preparado para afeitarse, en el sillón. Todos llamaban al barbero diminuto por el apodo de 'Miserias'.
Leer Mas »Terror y desolación del autor Austin Gridley
El tren de carretas avanzó, chirriando, hacia Mineral Point. Los hombres que lo acompañaban, iban con los músculos en tensión. En todos los rostros se reflejaba una honda preocupación y no había entre todos, nadie que no tuviese los labios fuertemente apretados. Eran aquellos hombres «desuella mulas», como llamaban en el Suroeste a los carreros más curtidos. Sabían poblar el aire de recias imprecaciones; nadie mejor que ellos para defenderse a puñetazo limpio en una riña de taberna; pero no ignoraban cuan imposible resulta discutir con las balas y sabían perfectamente, que, de un momento a otro, podían empezar a llover sobre ellos proyectiles en la oscuridad. La luna, en cuarto creciente, rasgaba la oscura bóveda del firmamento. Delante de ellos, sobre Mineral Point, al parecer, veíase un manchón de nubes. Eran negras, color de muerte.
Leer Mas »Sangre en el desierto del autor Austin Gridley
La vela ponía una mancha amarillenta en la oscuridad de la choza. Su llama hacía destacar la rústica mesa y los rostros enmascarados de los que se sentaban a su alrededor. Uno de los tres hombres miraba fijamente la botella de whisky que servía de candelero. Las venillas sanguinolentas de sus ojos denunciaban que era un bebedor y que hubiera deseado que aquella botella de whisky sirviera para algo más que para sostener una vela encendida. Se paso una mano por su rugoso cuello desmesuradamente largo. Sabía que si aquella noche 'salían las cosas mal', podría terminar colgado de una cuerda dentro de algunas semanas. La justicia era muy rápida en el distrito de Trinchera. El hombre que estaba sentado junto a él extraía rápidas y nerviosas bocanadas de un cigarrillo de 'mariguana'. Era una figura extraña. Vestía unos zahones verdes, como los que usan los 'dandies' en la parte Sur de la frontera. No obstante, cuando habló, se expresó en un inglés razonablemente bueno y sin acento. -Habrá que actuar con rapidez, ¿verdad, patrón? -preguntó. El tercer miembro del grupo afirmó con un movimiento de cabeza.
Leer Mas »Pete Rice 12) Mensaje de muerte del autor Austin Gridley
Una vaga silueta se destacó contra el cielo de la noche, y un caballo y un jinete se detuvieron en la cresta de la loma. El jinete giró sobre la silla levantó una mano. Inmediatamente se le aproximaron otras sombras. Los cascos de sus cabalgaduras no produjeron ruido alguno. Del fondo del valle llegaron ruidos extraños -pataleos, relinchos y hozar de muchos cascos, y, por encima de todo, el resoplido sibilante del garañón guía de la manada de caballos salvajes. Era el garañón –corpulento, musculoso e indómito, como hijo de la Naturaleza -que los jinetes andaban buscando. Más de una docena de sus salvajes compañeros habían sido ya atrapados y encerrados en las empalizadas. Pero el garañón castaño, rey de la manada, gozaba todavía de libertad. Las estrellas, claras y brillantes, proporcionaban luz suficiente para que el guía de la manada pudiera ser visto, siempre vigilante, entre el tropel de yeguas y potrancos. Aunque no podía descubrirse el color castaño de su piel, su actitud demostraba que aquel animal particular era la cabeza del rebaño. Su cuello arqueado. Su cabeza en alto, desafiadora. Sus orejas erectas. Parecía presentir el peligro.
Leer Mas »Los malvados Runnisons del autor Austin Gridley
Enormes peñascos alzaban sus cimas a ambos lados de las sendas que la Naturaleza había trazado a través de la Montaña Rocosa. Algunos de ellos estaban engarzados en las altas paredes de arenisca como joyas de oro viejo, y otras que pesaban varios millares de toneladas, parecían estar equilibrados sobre una punta, de modo tan incierto y amenazador, que daban la impresión de que sólo el repiqueteo de los cascos de los caballos iban a precipitarlos sobre jinetes y monturas. El sheriff Pete Rice, a pesar de eso, mascaba plácidamente su habitual chicle, mientras hacía galopar su caballo alazán por la senda. Probablemente nunca pensó en la amenaza de tales rocas situadas a semejante altura, o si lo hizo confiaba, sin duda, en que, después de haber permanecido largos siglos donde estaban, por lo menos continuarían allí hasta que hubiese pasado él.
Leer Mas »Tres buenos camaradas del autor Austin Gridley
El potro mesteño estaba agotado. Su jinete iba moribundo. Él lo sabía. Unas horas antes una bala había perforado su espalda, alojándosele cerca del corazón. Consiguió volverse sobre la silla y lanzó una larga mirada a sus perseguidores. Los bandidos estaban cada vez más cerca. Sus sombreros, de picuda copa y alas adornadas con borlas, asomaban ya por una eminencia del camino, tras el jinete que huía. Brillaban en sus diestras manos los largos cañones de los Colts. Se oían sus gritos de amenazas en mejicano. Muchas millas llevaba el fugitivo corriendo a tan agotador galope, con la muerte a punto de detener su carrera. Cubría el polvo del camino sus espesas cejas y sus viriles mostachos.
Leer Mas »La quebrada de la muerte del autor Austin Gridley
El aire parecía cargado de presagios de muerte. La sombría cabalgata caminaba lentamente hacia la Quebrada del Buitre. Se cernía sobre el grupo esa tristeza especial que acompaña a los condenados. Cinco de los jinetes habían sido sentenciados a muerte por una voz imperiosa. La misma voz fantasmal que Bob Dale había oído. Y Bob Dale estaba ya muerto... asesinado de un modo extraño e inaudito. Los jinetes volvían de su casa. Habían visto el cadáver de su antiguo compañero. Aun en aquel momento, apenas podían creer que hubiese muerto. Fue Garnel, 'el Jorobado', el que descubrió el cuerpo. Garnel era una especie de recadero del Concejo de la Quebrada. Dale había sido en vida un empleado de este mismo Concejo. No había acudido a su trabajo aquella mañana, y se envió a Garnel a averiguar la causa. Encontró a Dale en su tabuco, tendido sobre su lecho. Estaba muerto
Leer Mas »El oro desaparecido del autor Austin Gridley
La diligencia de la tarde de la Standard Lines dejó Wilcey Center para dirigirse a Rangeville, según el itinerario oficial. Viajaban en el vehículo cuatro viajeros, de los cuales tres eran visibles. Eran el cochero o conductor, el guarda particular y un anciano viajero de rostro afable. El cuarto pasajero no era visible. ¡El cuarto era la Muerte! Era un día claro. El sol estaba muy alto en el abovedado azul celeste. Sin embargo, aquella sombra parecía moverse con la diligencia cuando ésta traqueteaba sobre la carretera. Tuffy McShane, el guarda particular, parecía sentirlo más que su compañero de pescante 'Gawky' Henderson. Este último empujaba las riendas flojamente. Estaba, sin duda, más interesado por su propia pipa que por cualquier otra cosa. Henderson era alto y flaco, y la longitud de su cuello le había valido el sobrenombre de 'Gawky'. Casi se dormía guiando aunque ocasionalmente miraba de soslayo hacia la salvia que bordeaba las revueltas del camino, que iba a perderse en los montes distantes.
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