Cuando Dios creó el Jardín del Edén, concibió una situación cruel. Obsequió a Adán y Eva con el Árbol de la Ciencia, pero les prohibió saborear sus frutos. El Padre supremo castigó la desobediencia de sus hijos infligiéndoles grandes sufrimientos y dolores. Este paraíso —donde la sumisión se consideró una virtud, la curiosidad un pecado y el desconocimiento del bien y el mal un estado ideal— tiene similitudes fatales con el que suele albergar el principio de la vida humana y que comúnmente calificamos como «paraíso de la infancia». Cada vez que el niño desobedece los mandamientos de los padres-dioses, es castigado, cuando no azotado, y por si fuera poco se le hace creer que es por su propio bien. Pero ¿qué sucede con la ira y el dolor que este niño debe reprimir si, además, le obligan a aceptar el maltrato físico y psíquico como una obra de caridad? Las primeras experiencias emocionales dejan huella en el cuerpo, se codifican como un tipo determinado de información y, al llegar la edad adulta, influyen en nuestra forma de pensar, sentir y actuar, aunque sea inconscientemente. El resultado acostumbra a ser la aparición de un círculo vicioso de la violencia. Alice Miller nos muestra, en su último libro, cómo se puede romper este círculo y cómo puede surgir una conciencia más profunda a partir del conocimiento emocional de la historia de cada uno. «La madurez de Eva» nos aclara las causas de emociones a menudo incomprendidas y nos indica, por el bien de las generaciones presentes y futuras, cómo abandonar una infancia atormentada de la que no somos culpables. Desde la publicación de «El drama del niño dotado», Alice Miller ha intentado explicar en todos sus libros que la violencia infligida sobre los niños revierte en algún momento sobre la sociedad. Entretanto, los más recientes descubrimientos sobre el desarrollo del cerebro humano no sólo han confirmado el trabajo analítico de Miller, sino que la han estimulado a continuar reflexionando. El conocimiento de que nuestro cuerpo contiene una memoria completa de todas y cada una de nuestras experiencias infantiles ha ayudado a la autora a entender la dinámica de la ceguera emocional y a aplicar en este libro, de forma sencilla y accesible, su concepción actual de la psicoterapia.
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El cuerpo nunca miente del autor Alice Miller
El cuarto mandamiento —«Honrarás a tu padre y a tu madre», heredado de la moral tradicional— nos exige que honremos y queramos a nuestros padres, pero oculta una amenaza. El que quiera seguirlo pese a haber sido despreciado o maltratado por sus padres sólo podrá hacerlo reprimiendo sus verdaderas emociones. Sin embargo, el cuerpo a menudo se rebela, con graves enfermedades, contra esta negación y esta falta de reconocimiento de los traumas infantiles no superados. En su nueva obra, Alice Miller nos explica, mediante numerosos ejemplos, cuáles son los mensajes que dichas enfermedades revelan, y por qué la vivencia de las emociones hasta ahora prohibidas nos permite comprender estos mensajes que nos envía el alma y así liberarnos de los síntomas e, incluso, de los traumas. Si en todos sus libros Alice Miller ha estudiado, desde diferentes puntos de vista, la negación del sufrimiento padecido en la infancia, en «El cuerpo nunca miente» describe las consecuencias que tiene para el cuerpo la disociación de las emociones intensas y auténticas. El libro aborda el conflicto causado entre lo que sentimos y lo que nuestro cuerpo ha registrado, y lo que desearíamos sentir para estar a la altura de las normas morales que hemos interiorizado. Esta regularidad psicobiológica es lo que la autora desvela en la primera parte del libro, a partir de las biografías de escritores como Schiller, Joyce, Proust, Virginia Woolf o Mishima. Las dos partes siguientes analizan las maneras de salir del círculo vicioso del autoengaño, para facilitar una liberación de los síntomas de las enfermedades con los que el cuerpo llama nuestra atención.
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