Beth se dio cuenta de que un ser destacaba del fondo más oscuro de la puerta y avanzaba lentamente hacia ella. Veía su rostro pálido, el cual presentaba un aspecto fantasmagórico. Pero no se dejó impresionar por ello y disparó, primero un cartucho, luego otro. Recibió la impresión de que el extraño ser era sacudido por los dos disparos. Pero no cayó al suelo y prosiguió su lento e inexorable avance. El supuesto fantasma rió de manera tan extraña, que llegó a impresionar a la rubia Beth.
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Puerta a la muerte del autor Alf. Regaldie
Faltaba muy poco para que cerrase la noche. Y comenzó a llover. Eran gotas gruesas y no frías en comparación con el viento. Nancy señaló en su lindo rostro un gesto de contrariedad. Y preparó el flash en su máquina fotográfica. Había visto que en la superficie de las aguas se producía un leve movimiento frente a ella. ¿Por fin iba a tener la suerte de ver al monstruo que, según las leyendas, habitaba en las oscuras y profundas aguas del lago? ¿Iba a tener la suerte de poder fotografiarlo, de ser ella la primera? Se escuchó el lejano redoblar de un trueno, se oscureció más el cielo y arreció la lluvia. La pelirroja pensó que iba a tener que abandonar en el último instante, cuando, después de varios días, estaba a punto de alcanzar su objetivo. Miró instintivamente hacia el lugar en donde estaba su coche, pensando en una próxima retirada. La lluvia que comenzaba a caer en remolino, y el movimiento de la vegetación, le impidieron verlo. Pero estaba allí. El movimiento en las aguas se hizo más preciso aunque la visión se iba haciendo más difícil. Le pareció ver que emergía la cabeza del monstruo, con grandes ojos que brillaban mucho aunque resultaban inexpresivos. Y disparó su primera fotografía. Se dispuso a realizar la segunda, cuando se sintió atacada.
Leer Mas »Trust del crimen del autor Alf. Regaldie
Se deslizó sigiloso, llegó hasta la puerta y volvió a observar por la mirilla. Y seguro ya de las posiciones que ocupaban sus dos adversarios, se dispuso a actuar. Abrió de improviso y descargó con la rapidez del rayo un furioso golpe en la cabeza de uno de los hombres, empleando para ello su pistola la cual había empuñado por el cañón. No había perdido de vista al otro hombre, advirtiendo su gesto de sorpresa. Le vio llevar la mano a su cuchillo, pero antes de que llegase a él le asestó un puñetazo que lo lanzó violentamente de espaldas.
Leer Mas »Los insobornables del autor Alf. Regaldie
Resultaba impresionante el silencio que reinaba a semejantes horas en aquel barrio residencial de Túnez «La Blanca», la hermosa capital norteafricana, de inconfundible aspecto por su encalado caserío deslumbrante de blancura y por sus numerosas mezquitas de esbeltos almilares. Pero a Dick Matews no le impresionaba aquello en absoluto y ni siquiera se fijaba en ello. Sus sentidos estaban pendientes de una lujosa mansión rodeada de frondoso jardín y en la cual le había parecido ver moverse siluetas que calificó de misteriosas.
Leer Mas »El muerto acude a la cita del autor Alf. Regaldie
Beth se dio cuenta de que un ser destacaba del fondo más oscuro de la puerta y avanzaba lentamente hacia ella. Veía su rostro pálido, el cual presentaba un aspecto fantasmagórico. Pero no se dejó impresionar por ello y disparó, primero un cartucho, luego otro. Recibió la impresión de que el extraño ser era sacudido por los dos disparos. Pero no cayó al suelo y prosiguió su lento e inexorable avance. El supuesto fantasma rió de manera tan extraña, que llegó a impresionar a la rubia Beth.
Leer Mas »La I. P. nº 1 en peligro del autor Alf. Regaldie
los disparos habían sido oídos en las aeronaves y el capitán Balbo había dispuesto que saliese una patrulla en auxilio de Urrutia y Warren. Al saltar los cinco hombres de las aeronaves, lo primero con que habían tropezado había sido la masa de fugitivos. Estos, aterrorizados por el aspecto que ofrecían los extranjeros, volvieron grupas, deshaciendo parte del camino andado. Su huida hacia el mar había sido cortada y debían buscar el refugio de la montaña, pero al retroceder tropezaron con Urrutia y Warren. Los desgraciados seres, sin saber qué hacer, se apelotonaron como un rebaño acosado por todas partes y se arrojaron al suelo con ademanes que decían bien a las claras que pedían misericordia...
Leer Mas »Los hombres araña de Júpiter del autor Alf. Regaldie
Tentado estuvo el intruso de dirigir contra ella los rayos desintegradores de su pistola, pero temió no sólo destruir la acerada puertecilla, sino lo que se guardaba tras ella y que a él tanto le interesaba. Volvió entonces hasta Stanley, se agachó sobre él y le registró rápida y hábilmente los bolsillos hasta encontrar un manojo de llaves. Probó una tras otra en la puertecilla de acero, pero no consiguió nada. Mostróse perplejo el desconocido, pues la cerradura de la puertecilla no parecía ofrecer nada de particular y se disponía ya a destruirla con los rayos desintegradores, aun a trueque de estropear el contenido, cuando una idea repentina hirió su cerebro. Recordó un aire que Stanley silbaba con cierta frecuencia y que entre muchas otras veces le había escuchado en las dos únicas ocasiones que en su presencia había abierto la caja...
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