Sabía bucear muy bien, y lo demostró profundizando varios metros con facilidad. De pronto, Lucille vio a aquel hombre, al que antes viera zambullirse en el mar. El agua, en aquel lugar era clara y nítida, así que pudo reparar perfectamente en él. Su cuerpo estaba en el fondo, entre unas plantas que el vaivén del agua movían de un lado para el otro. Lucille dedujo que esas plantas debían haberle atrapado, impidiéndole salir y provocando su ahogo, su asfixia, y en consecuencia su muerte. ¡Pero en aquel preciso instante le vio moverse, abrir los ojos, mirarla, y esbozar una sonrisa…!
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¿Quién mutiló a Evelyn? del autor Ada Coretti
Gritó, como si de este modo pudiera impedir que el hacha descendiera y se incrustara en su cabeza. En realidad, ni acertó a levantar los brazos. No pudo, por tanto, impedir el golpe, ni tan siquiera frenarlo. El desconcierto le había dejado helado, perplejo, sin resortes. El hacha, pues, cayó contundentemente sobre su cráneo y se lo partió en dos. El grito murió en sus labios. Fue el primero y el último. No le habían dado opción a nada más. Murió en el acto. Parecía, qué duda cabe, que el trabajo del hacha había ya concluido. El hacha volvió a ser empuñada y alzada con igual rapidez y violencia que antes. O mayor aún. Y cayó contundentemente sobre el cuerpo de la víctima, que yacía en el suelo en una postura que hubiera resultado altamente ridícula, de no ser absolutamente trágica. Cayó, implacablemente, cuatro veces...
Leer Mas »La calavera viviente del autor Ada Coretti
—No sé decirle más, pero la verdad es que me encuentro muy asustada. —Asustada, ¿de qué? Concréteme. —Ya se lo he dicho. De ellos tres, o tal vez sólo de uno de ellos, no sabría especificárselo. Lo único cierto, concreto, es que desde que han aparecido en el caserón, allí dentro se masca la… la… —¿La qué? —volvió a inquirir Roy. —La muerte.
Leer Mas »Terror en escarlata del autor Ada Coretti
Ella estaba ya, inevitablemente, inapelablemente, en poder de su asesino. Se quedaría sin saber quién era. Sólo supo, al levantar los brazos y adelantar las manos, que llevaba el rostro cubierto con un pasamontañas de lana. No pudo hacer nada por impedir que el afilado puñal, cuya punta le heló la piel y la sangre a un mismo tiempo, traspasara su epidermis, rasgara su carne y se alojara entre su cálida y temblorosa carne, muy cerca del corazón. No, no era el corazón, porque ella seguía viviendo y nadie vive con el corazón partido. Pero el asesino, pródigo en la maldad de sus instintos, no tuvo el menor inconveniente en repetir el golpe. Y esta vez sí dio donde quería dar… Notó que la vida se le iba del cuerpo, que los latidos se le apagaban dentro del corazón, que su mente se perdía en la nada… En la nada, que no es otra cosa que la muerte. Era el final. Adiós vida…
Leer Mas »El diabólico doctor Zaroff del autor Ada Coretti
De todos modos, la muchacha vio perfectamente la pierna que surgió de entre los árboles. Una pierna enorme, descomunal… Sólo podía corresponder a un auténtico gigante… ¡Tenía varios metros de largura y una anchura enorme, y una fuerza, sin duda, demoníaca! Esa pierna impidió que la joven pelirroja prosiguiera su precipitada carrera. Esto lo primero. Luego levantó el pie, de uñas muy crecidas, tan curvadas que casi parecían garras, y de un pequeño golpe la derribó. Ciertamente no hizo falta más. Seguidamente colocó la planta del pie encima del pobre cuerpo que gemía y jadeaba de puro pánico, y pisó fuerte, con todo el peso de su cuerpo. Bastó y sobró, por descontado, para que la infeliz quedara materialmente chafada. Hasta la muchacha llegó el ruido de los huesos, al romperse, al hacerse añicos. En aquel momento, ya se había hecho visible el cuerpo del gigante… ¡Porque era un auténtico gigante por su estatura, aunque un verdadero monstruo por sus características! Tenía el cráneo pelado, y su cuerpo se hallaba cubierto de un pelo espeso, tupido, como si se tratara de un oso, o de una bestia similar. Los ojos le sobresalían tanto, que casi parecían hallarse fuera de sus órbitas. Los incisivos asomaban amenazadoramente por entre los labios.
Leer Mas »Enloquecidos por el terror del autor Ada Coretti
¡Pero qué horripilante y dantesco resultaba aquel espectáculo! ¡Qué pavoroso…! Sobre una mesa de operaciones, cerca de un armario de metal y cristal donde se veía instrumental médico, estaba la muchacha… despellejada. ¡Despellejada de una sola pieza! Y la «pieza» sacada de su cuerpo estaba sobre otra mesa de operaciones, esmeradamente puesta, cuidadosamente colocada, para que no se estropeara. Para que no diera de sí, ni encogiese. Como si se tratara de una ropa recién lavada… El cuerpo de la muchacha era carne viva por todos los lados. Sólo le quedaban los cabellos y los ojos, desorbitadamente abiertos. Y aquel montón de carne sangrante permanecía rígido. Debía estar muerta hacía ya muchas horas.
Leer Mas »¿Quién mutiló a Evelyn? del autor Ada Coretti
Gritó, como si de este modo pudiera impedir que el hacha descendiera y se incrustara en su cabeza. En realidad, ni acertó a levantar los brazos. No pudo, por tanto, impedir el golpe, ni tan siquiera frenarlo. El desconcierto le había dejado helado, perplejo, sin resortes. El hacha, pues, cayó contundentemente sobre su cráneo y se lo partió en dos. El grito murió en sus labios. Fue el primero y el último. No le habían dado opción a nada más. Murió en el acto. Parecía, qué duda cabe, que el trabajo del hacha había ya concluido. El hacha volvió a ser empuñada y alzada con igual rapidez y violencia que antes. O mayor aún. Y cayó contundentemente sobre el cuerpo de la víctima, que yacía en el suelo en una postura que hubiera resultado altamente ridícula, de no ser absolutamente trágica. Cayó, implacablemente, cuatro veces...
Leer Mas »El siniestro asesino soy yo del autor Ada Coretti
Lex Reeves detuvo su descapotable, se apeó, y con largas y elásticas zancadas entró a tomar una cerveza en el parador de la carretera. Tendría unos veintisiete años, una figura atlética y un rostro virilmente atractivo. Trabajaba en la bolsa de Nueva York. Actualmente, de vacaciones, se estaba dedicando a viajar. Le gustaban las mujeres bonitas. Sentía por ellas una auténtica debilidad. Bien fría. Pero apenas solicitada la cerveza en el mismo mostrador, vio a una muchacha estupenda en una mesita redonda, apartada. Entonces le dijo al camarero: Sírvame la cerveza allí. De acuerdo, señor. Lex Reeves se sentó en la mesita contigua. Quedó frente a la chica morena, de ojos oscuros y profundos, de deliciosa figura. Se sentía dispuesto a una nueva conquista. No obstante, pronto se dio cuenta de que la tal muchacha no estaba para muchos devaneos. Tenía los nervios a flor de piel.
Leer Mas »La calavera viviente del autor Ada Coretti
—No sé decirle más, pero la verdad es que me encuentro muy asustada. —Asustada, ¿de qué? Concréteme. —Ya se lo he dicho. De ellos tres, o tal vez sólo de uno de ellos, no sabría especificárselo. Lo único cierto, concreto, es que desde que han aparecido en el caserón, allí dentro se masca la… la… —¿La qué? —volvió a inquirir Roy. —La muerte.
Leer Mas »Terror en escarlata del autor Ada Coretti
Ella estaba ya, inevitablemente, inapelablemente, en poder de su asesino. Se quedaría sin saber quién era. Sólo supo, al levantar los brazos y adelantar las manos, que llevaba el rostro cubierto con un pasamontañas de lana. No pudo hacer nada por impedir que el afilado puñal, cuya punta le heló la piel y la sangre a un mismo tiempo, traspasara su epidermis, rasgara su carne y se alojara entre su cálida y temblorosa carne, muy cerca del corazón. No, no era el corazón, porque ella seguía viviendo y nadie vive con el corazón partido. Pero el asesino, pródigo en la maldad de sus instintos, no tuvo el menor inconveniente en repetir el golpe. Y esta vez sí dio donde quería dar… Notó que la vida se le iba del cuerpo, que los latidos se le apagaban dentro del corazón, que su mente se perdía en la nada… En la nada, que no es otra cosa que la muerte. Era el final. Adiós vida…
Leer Mas »El siniestro asesino soy yo del autor Ada Coretti
Lex Reeves detuvo su descapotable, se apeó, y con largas y elásticas zancadas entró a tomar una cerveza en el parador de la carretera. Tendría unos veintisiete años, una figura atlética y un rostro virilmente atractivo. Trabajaba en la bolsa de Nueva York. Actualmente, de vacaciones, se estaba dedicando a viajar. Le gustaban las mujeres bonitas. Sentía por ellas una auténtica debilidad. Bien fría. Pero apenas solicitada la cerveza en el mismo mostrador, vio a una muchacha estupenda en una mesita redonda, apartada. Entonces le dijo al camarero: Sírvame la cerveza allí. De acuerdo, señor. Lex Reeves se sentó en la mesita contigua. Quedó frente a la chica morena, de ojos oscuros y profundos, de deliciosa figura. Se sentía dispuesto a una nueva conquista. No obstante, pronto se dio cuenta de que la tal muchacha no estaba para muchos devaneos. Tenía los nervios a flor de piel.
Leer Mas »La sombra enlutada del autor Ada Coretti
«Le dieron tentaciones de levantarse y de ir a despertar a Natalie. Pero no, no lo hizo. La pobre bastante tenía con sus auténticas preocupaciones, para que ella fuera a inquietarla aún más con sus extrañas figuraciones. Cuando se hubo acompasado su pulso, apagó la luz y volvió a tenderse de nuevo en la cama. Pero siguió con los ojos abiertos, más desvelada cada vez. En eso, entre las sombras vio surgir de nuevo sus medias, que se habían elevado del suelo, de donde ella no osó tocarlas, y ahora parecían flotar en el aire. Estuvo a punto de gritar. Pero no lo hizo porque el susto le agarrotó despiadadamente la garganta, impidiendo que ningún sonido pasara por allí».
Leer Mas »Cuando la sangre ahoga del autor Ada Coretti
Aún tenía a salvo la yugular, de eso que siguiera viviendo. ¿Acaso era lo que su asesino pretendía, que se dilatara su agonía en medio de aquel afluir aparatoso de sangre? Posiblemente, sí. Bien estaba demostrando que la lanza daba infaliblemente donde quería. Y otra lanza, pintarrajeada a rayas rojas y negras, iba ya camino de él. Pegado al árbol, no podía hacer nada, nada en absoluto, por evitarlo. Sólo podía rogar que acabase con él de una vez. Su ruego no fue satisfecho. La lanza le atravesó nuevamente el cuello, pero por lo visto por ningún lugar enteramente vital. Nuevo afluir de sangre por la boca, a chorros, a borbotones, hasta sentir que se asfixiaba, que se ahogaba. Otra lanza. Ésta sí acabó con su vida, al provocarle un súbito colapso. Pero aún la mano asesina lanzó otra lanza, y otra, todas dirigidas al cuello, hasta que la cabeza quedó tétricamente decapitada, separada del cuerpo. El cuerpo se desplomó contra el suelo. La cabeza quedó sujeta al árbol.
Leer Mas »La muerte tiene ocho brazos del autor Ada Coretti
Según otros, la condesa vio que su marido sospechaba algo y de forma precipitada decidió huir, llevándose la joya puesta. Anduvo a lo largo del acantilado, rocoso, indómito, bravío, descendiendo finalmente a ese trozo de la costa que, desprovisto de rocas, formaba una pequeña y arenosa cala. Estaba dispuesta a impedir que su marido la detuviera. A tal fin, había cogido un afilado cuchillo. Y fue entonces, según esta segunda versión de los hechos, cuando surgió, de una gruta incrustada en el acantilado, un horrible y gigantesco pulpo. Con los pies entre la espuma de las olas, la condesa gritó espantada, despavorida, sintiendo que le flaqueaban las piernas. Temiendo caer desvanecida. El pulpo se fue acercando a ella. Ella quiso correr. No pudo. En absoluto. Se había quedado como paralizada. Los tentáculos del monstruo la apresaron. Ella reaccionó entonces, debatiéndose. Pero no le era dado oponer más fuerza que la de un pobre gusano. No obstante, en un momento dado empuñó con fuerza el cuchillo y rasgó la piel del pulpo, entre ojo y ojo, con todas sus fuerzas, dejando allí un profundo surco. Pero fue como si nada hubiera hecho. El monstruo no acusó la herida. Y siguió apretando sus ocho tentáculos, despiadadamente, hasta descoyuntarla, hasta romperle todos los huesos, hasta dejarla hecha cisco. Luego, dicen… que el pulpo se llevó el collar. Menos ocho brillantes que se soltaron y quedaron sobre la fina arena de la cala.
Leer Mas »Del suelo brotaba la Muerte del autor Ada Coretti
«El pequeño dormía plácidamente, no había ningún mal en dejarle solo durante unos minutos. En seguida regresaría con su padre. No lo pensó más. Abrió la puerta de la casa y echó a correr por el camino, al encuentro de él. El la recibió con los brazos abiertos, y luego la levantó en vilo dándole un par de vueltas en el aire. Mientras tanto, una rata entraba por la entreabierta puerta de la casa de piedra, y tras ésta, otra, y otra, y otra más. Cientos de ratas entraran en el breve espacio de unos segundos. ¿Cientos? No, no, miles».
Leer Mas »El castillo de los jorobados del autor Ada Coretti
La abertura daba entrada a un pequeño sótano, hacia donde, en aquel momento, se filtraban los dos últimos rayos de sol. De un sol que se perdía en medio de un ocaso rojo, violento, ensangrentado. Y dentro de aquel sótano, ¡horror!, se veían muchos esqueletos… Todos ellos con la espina dorsal torcida, curvada, delatando la deformidad de una joroba. Un sudor frío, helado, gélido, perló la frente de lord Morggine, que había hincado una rodilla junto a aquella cavidad para mejor percatarse de lo que había en ella. En aquel instante, del interior del sótano, surgió una voz. Una voz cavernosa que no parecía humana. No, no debía serlo. Sin duda pertenecía a alguno de aquellos muertos. —Has interrumpido nuestro reposo… La maldición caiga sobre ti, lord Morggine. Todos tus hijos serán jorobados, como lo fuimos nosotros… Si alguno te nace normal, morirá de manera violenta… Sí, morirá de manera violenta —repitió la voz—. Todos aquellos hijos que tengas normales… Sólo te vivirán los que nazcan jorobados…
Leer Mas »Los muertos gritan de espanto del autor Ada Coretti
—Tengo miedo a morir asesinada —le tembló la voz—. Mucho miedo… Esto me hace vivir con el alma en un hilo… —¿A morir asesinada? —Richard no pudo tomárselo en serio—. Pero ¿quién va a querer asesinarte a ti? Y la sorprendente respuesta fue: —Algún muerto. —¿Cómo? —Se había quedado perplejo—. ¿Qué has dicho? Creo que no he terminado de entenderte. —Sí, me has entendido perfectamente. He dicho algún muerto. —Pero ¿desde cuándo los muertos matan? —A pesar suyo, Richard se removió, incómodo, en el asiento—. Los muertos ya no tienen vida, y permanecen quietos y silenciosos por toda la eternidad. —Te equivocas, Richard. Yo puedo asegurarte que no todos los muertos se resignan con su suerte y que algunos se rebelan y gritan… —¿Gritan? —inquirió—. ¡Tía Carol, que tú nunca has estado mal de la cabeza! No vayas a decepcionarme a estas alturas. —Sí, gritan —necesitó un nuevo trago de «whisky»—. Y yo por las noches les oigo… Llegan sus voces desde el cementerio. A veces, son voces simplemente quejosas o doloridas. Otras veces es peor, gritan de espanto.
Leer Mas »La Muerte afila sus dientes del autor Ada Coretti
El cochero tuvo que aminorar la marcha de la diligencia porque la niebla se hacía más densa y tupida conforme se adentraban en el inhóspito condado de Mesley. Lo hizo de mala gana. Recordaba perfectamente la historia de la bruja. Esa historia que, ciertamente, no desconocía nadie por aquellos alrededores. Por lo tanto, lo razonable hubiera sido, no sólo no aminorar la marcha, sino fustigar los caballos hasta que aquel endemoniado terreno hubiera quedado atrás. Pero la niebla, que se calaba hasta los huesos como un mal presagio, privaba de la visión a los pocos metros De todos modos, cada vez que pensaba en la bruja... Lo cierto es que, de padres a hijos, se habían transferido aquel horror, y que la historia había acabado por ser una verdadera obsesión para todos...
Leer Mas »El tesoro diabólico del autor Ada Coretti
«Apreciado amigo: Estoy tan asustado por las extrañas circunstancias que me rodean, que no sé ciertamente cómo reaccionar. Tú siempre has sido muy distinto a mí, desenvuelto, decidido, valiente, por lo que humildemente requiero tu ayuda en nombre de la amistad que nos une desde hace tantos años, desde que éramos jóvenes. Discúlpame el atrevimiento de dirigirme a ti, pero no tengo a nadie más a quien recurrir. No creas que exagero al estar asustado. Los motivos, verdaderamente, me sobran. ¿No es para erizar los caballos, dormirse pero saberse despierto, e ir a parar cada noche a una gruta y de allí a un tesoro fastuoso, que luego, al día siguiente, al dejar el lecho, no sabes dónde hallar…? Ven pronto, por favor. Presiento que la muerte, una muerte guiada, premeditada, cerebral, asoma sus garras por entre las cuatro paredes de esta casa. Peter Molkan»
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